Pasó agosto y llegó septiembre con la ilusión renovada de retomar el ritmo de la agenda política. Día a día, se incrementa la actividad cotidiana, pero siempre se hace necesario el ejercicio de la reflexión, imprescindible para abordar cuestiones trascendentes. Y en este propósito, agradezco a la Asociación su invitación a participar en esta tribuna, que dedico al recuerdo de las víctimas que, un septiembre cualquiera, sufrieron el peor mal de nuestro tiempo.
El que ensombrece el calendario de la historia reciente de España desde el día en que Begoña, con apenas veintidós meses, inaugurara la lista de víctimas del eslabón de crímenes que a día de hoy continúa la amenaza permanente del terrorismo islámico, cuya masacre, con ciento noventa y dos hombres y mujeres asesinados, pintó para siempre de negro el 11 de Marzo.
En todos los casos, y cualquiera que sea la coartada ideológica, marcada siempre por el odio y la destrucción, el terrorismo es la barbarie que con mayor brutalidad ha golpeado, a traición y sin distinción, nuestra sociedad.
Concretamente, en los más de veinte septiembres de terrorismo se ha asesinado a militares, taxistas, a un cocinero, una fiscal, a dos concejales, camareros, un conductor portuario, guardias civiles, un empleado de Telefónica, un estudiante, un pescadero, a brigadas y coroneles de ejército, una empleada administrativa, un representante, un panadero, a inspectores y policías, una maestra, un ferroviario, un chatarrero, un mecánico, una telefonista, un comerciante, al dueño de un bar, un miembro de la ejecutiva de UCD, un agente comercial, un director de empresa, un ertzaina, un director de banco, un licenciado en Historia, un ama de casa…
Rememorarles implica volver a hacer presente su testimonio. Porque sólo existe una visión del terrorismo, que es la que emana de la mirada de las víctimas. Aquellas a las que arrancaron la vida o la perdieron en la defensa de los demás, las que resultaron heridas física o psicológicamente y, también, a las que estas muertes han provocado un vacío irremplazable.
Y recordarles nos permite, en su significación etimológica, que “vuelvan a pasar por el corazón”; en palabras de García Márquez “recordar es fácil para el que tiene memoria y olvidar difícil para el que tiene corazón”. Un proceso de empatía con el que avivamos la llama que quema la indiferencia ante la mayor manifestación de deshumanización que es el terrorismo.
Un terrorismo vencido socialmente en cada rincón donde la ciudadanía cree y confía en el Estado de Derecho, que asienta la firme convicción del triunfo de la ley. Una ley que marca la victoria de los defensores de la libertad y la derrota de los asesinos y quienes les amparan, porque garantiza que los verdugos cumplan con la justicia y exige el reconocimiento público de los ciudadanos a las víctimas.
Y es que todos tenemos con ellas una deuda permanente de solidaridad y agradecimiento que es fruto del deber moral y ético de reconocer su generosidad, valentía y sacrificio.
Debemos tener muy presente que la sociedad que no ampara y protege a sus víctimas es una sociedad enferma donde ha hecho mella la incertidumbre, el miedo, el silencio, el olvido y la indiferencia que implica la invisibilidad de las víctimas y, con ello, la impunidad de los terroristas.
Para que esto no suceda, las víctimas deben percibir que no están solas. Y en este objetivo, los poderes públicos e instituciones debemos velar para que se cumpla el compromiso de solidaridad real con ellas y avanzar en el reconocimiento que tanto merecen, bajo los principios de Memoria, Verdad, Dignidad y Justicia.
Desde la Comunidad de Madrid, trabajamos con la firme convicción en este compromiso adquirido por el Gobierno regional, que se manifiesta elocuentemente en el reconocimiento total e incondicional de la presidenta Cristina Cifuentes, a lo largo de toda su trayectoria política, a las víctimas del terrorismo y a la AVT.
En este sentido, estamos elaborando la futura ley de Víctimas del Terrorismo de la Comunidad de Madrid, que reforzará la estatal mediante la puesta en marcha de nuevas ayudas y medidas, como las que impulsan la memoria colectiva de las víctimas y su reconocimiento público.
Porque es nuestro deber garantizar el derecho a la memoria y la dignidad de las víctimas. Cada vez que los españoles recordamos el verdadero relato de los hechos que dicta la memoria de las víctimas, honramos su recuerdo y optamos por el camino de la dignidad frente al olvido, antesala de la indiferencia.
Una labor que, a lo largo de todo este tiempo, han abanderado las asociaciones, fundaciones, entidades e instituciones de representación y defensa de los intereses de las víctimas y afectados por el terrorismo, como la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT), cuya impronta en las distintas esferas de la sociedad española ha sido esencial para velar por la llama viva del recuerdo.
Hoy millones de personas en todo el mundo debemos estar prevenidos ante la amenaza global que representa el terrorismo para las sociedades democráticas consolidadas que conviven en libertad.
Un valor cuya ausencia representa el caldo de cultivo del fanatismo. Y, de acuerdo con la convicción ancestral de que paz y libertad van de la mano, el terrorismo está encaminado a destruir la libertad y, con ello, la convivencia pacífica para imponer el terror y la ideología del odio.
La libertad nunca está asegurada y ello nos obliga a mantenernos unidos para cooperar, de manera eficaz, en todos los ámbitos de actuación que permitan proteger los marcos de convivencia comunes.
Y en este objetivo de unidad, mantener la memoria es el antídoto contra el olvido y la indiferencia. Porque, como dijo Cicerón, “la vida de los muertos está en la memoria de los vivos”.