Que ilusión nos hacía aquel viaje. Nuestra luna de miel, que íbamos a disfrutarla "embarazados". Ilusionados a más no poder. Ya habíamos elegido el nombre del bebé: Se llamaría Martina. Y allá que nos fuimos recién casados con destino a un crucero por el Mediterráneo.
Tras una semana de viaje habíamos recorrido ya todos los destinos turísticos en los que hacía parada el crucero. Aquel jueves tocaba el último: Túnez. Teníamos contratada una excursión organizada, así que subimos a un autobús, el número 15. Aún recuerdo nítidamente la pegatina color azul marino con el número. Túnez se abría ante nosotros con toda una cultura nueva que nos mantenía asombrados viendo a la gente, a sus calles y demás curiosidades. Entonces llegó el momento de la visita al museo del Bardo. Ahí se detuvo nuestro viaje. Era un jueves 18 de Marzo sobre las 12:00 horas del mediodía.
Entonces nos tocó vivir unos instantes de incertidumbre, de terror, de puro instinto de supervivencia. Escuchábamos disparos y más disparos y queríamos correr pero no, sabíamos hacia dónde ni cómo lograríamos escapar de aquel museo que de forma repentina se convirtió en un infierno. No teníamos dudas: se trataba de un atentado. Entonces nos dimos cuenta de que todas las puertas estaban cerradas, así que nuestra única posibilidad era correr hacia dentro. Sentimos mucha angustia viendo la muerte tan cerca hasta que al fin encontramos el que sería nuestro escondite durante las siguientes horas, un cuarto de la limpieza donde las balas pasaban cada vez más cerca, temblaban las paredes y solo estaban nuestros dos cuerpos abrazados.
Llegados a ese punto solo podían pasar dos cosas: o que nos mataran o que alguien nos sacara de allí, pero parecía que el tiroteo no terminaba nunca. Escuchamos el sonido de ambulancias y helicópteros, pero allí nadie nos encontraba. Juan Carlos me repetía una y otra vez que tuviese paciencia, que todo saldrá bien, pero yo no confiaba, me temía lo peor. Tuvieron que pasar 22 horas, las más largas de nuestra vida, hasta que por fin volvimos a ver la luz. La luz de un museo destrozado, con la muerte escrita en las paredes, con agujeros y manchas de sangre en el suelo. Solo queríamos despertar y que aquello fuese una terrible pesadilla, pero no, era la cruda realidad. Una realidad que jamás piensas que te va a tocar, hasta que sí, hasta que un día te toca.
Los siguientes días estuvimos en estado de shock, estábamos a salvo pero parecía que no éramos conscientes del todo. La prensa nos perseguía, salíamos en las noticias... Todo era extraño. Lo que antes en absoluto nos afectaba empezaba a hacerlo: ruidos repentinos como un portazo, un petardo o un tambor nos llevaban al momento del atentado. Andábamos por la calle hipervigilantes, en permanente estado de alerta.
Entonces nos aconsejaron ponernos en contacto con la AVT. Y qué gran acierto aquel consejo. Enviamos un correo y enseguida se pusieron en contacto con nosotros. Gracias a la ayuda de profesionales como Natalia Moreno, psicóloga de la AVT, tratamos el estrés postraumático y sus múltiples síntomas con sus terapias y consejos; con su "arréglate y sal a la calle", su ánimo y sus buenas palabras. Recuerdo la primera vez que hablé con ella. Desde entonces ha estado totalmente disponible para nosotros y hace poco nos conocimos en persona, cuando vino a casa a grabar el testimonio de Juan Carlos. Yo aún no me veía preparada para grabar el mío, pero hoy doy un paso más escribiendo mi relato para todos vosotros en una revista que es de gran ayuda e interés, pues en ella podemos vemos reflejados y sentirnos comprendidos.
Tampoco me quiero olvidar de Arantxa Bueno, trabajadora social de la AVT, que nos ayudó con los trámites burocráticos en un momento en el que estábamos tan sumamente perdidos. Y en general me gustaría agradecer a todo el equipo psicosocial que desde el primer momento ha estado a nuestro lado. Es una gran suerte que atiendan así a la gente que hemos pasado por una experiencia tan traumática y no nos dejen desamparados, con una atención individualizada y todo el respeto y cariño del mundo. Hemos podido asistir a nuestro primer evento junto a otros asociados en el mes de agosto, un plan perfecto para conocerse y disfrutar del ocio. Esta asociación nos ha brindado su apoyo desde el primer momento y por ello estamos muy agradecidos.
¿Y ahora qué? Pues toca seguir, luchar y aprovechar todos los momentos al máximo. Quizá ahora vemos la vida desde otra perspectiva, pero siempre valientes y con la cabeza bien alta. Esto no quita que no tengamos nuestros miedos o preocupaciones; o que ya no vayamos tranquilamente a los sitios a los que antes lo hacíamos con total naturalidad. Ahora es diferente. Nos agobian los sitios cerrados o abarrotados de gente, no disfrutamos igual de las actividades por estar pendientes de todo lo que pasa a nuestro alrededor, un ruido fuerte nos pone en tensión y entonces nos miramos y respiramos, pues nos tenemos el uno al otro. Pero a pesar de todo salimos a la calle, vamos a los sitios que nos apetece y no dejamos que el miedo se apodere de nosotros. Disfrutamos con nuestra niña, que tiene ya 1 añito. Por ella todo vale la pena.
Gracias de nuevo a la AVT por su excelente trato. Y gracias a todos los asociados por leer nuestro relato y ayudarnos a sentirnos comprendidos.
Por ellos, por todos.