Le gustaría que llegase el día que al mirarse a un espejo no viese sólo la cara de una persona reducida a ser una víctima. Pero, aún hoy, son los menos los que la comprenden. “No vengas durante una temporada, hasta que las aguas vuelvan a su cauce y haya paz”, le recomiendan. Y Bittori, a la que nunca le ha faltado carácter, traduce aquella petición a su marido el Txato: “Que no se nos vea y, si desaparecemos de la vida pública y ellos consiguen sacar a sus presos de la cárcel,pues eso es la paz y todos tan contentos, aquí no ha pasado nada”.
El marido de Bittori descansa en el cementerio de Polloe. A veces dialoga con una de las fotos que conserva del Txato. En otra casa, no muy lejos de la suya, Miren seve a sí misma como una madre sufridora. Y masculla porque por la noche no puede pegar ojo. Su hijo en la cárcel y Bittori queriendo crear problemas. Crispando. “Somos víctimas del Estado y ahora somos víctimas de las víctimas. Nos dan por todas partes”, se queja.
Bittori y Miren fueron amigas íntimas en otro tiempo. ETA mataba pero a otros. Uno de sus pistoleros aún no había asesinado al marido de la primera. El terror no les había golpeado directamente. Las vidas cruzadas de ambas familias es la historia que narra Fernando Aramburu en 'Patria', una novela que es un tratado de la condición humana, y que nos recuerda la importancia del relato con fidelidad a los hechos para cimentar la convivencia. Aquello de Antonio Muñoz Molina: “Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados”.
Todavía hoy se manifiestan a favor de unos derechos de los presos de ETA y lamentan –como la Miren de 'Patria'-- que los familiares de los más de 800 muertos que dejó el terrorismo permanezcan vigilantes ante las trampas del lenguaje y el blanqueamiento de la historia. La fatal confusión la desenmascaraba una vez más Fernando Savater el mismo día que miles de personas llenaban este 14 de enero las calles de Bilbao en contra de la dispersión: “No han podido triunfar como verdugos y ahora pretenden ganar haciéndose las víctimas”.
Me parece una proeza que Fernando Savater y otros tantos amenazados mantuvieran la lucidez, y la templanza en su confianza en la justicia y la aplicación de la ley, en medio de los años de plomo. Ya me lo pareció cuando, allá por el año 2000, pude escuchar su testimonio en una conferencia en Sevilla. Era mi primer añoen la Facultad de Periodismo. Me conmovió profundamente su compromiso cívico desde la recientemente creada plataforma ¡Basta Ya!, pero aún más el comentario desdeñoso que me hizo en un pasillo un colega de universidad: “Éste no quiere acabar con el conflicto porque vive con la protección del Estado”.
No sé qué habrá sido de aquel compañero. Sigo desconociendo si hablaba desde lainconsciencia o desde la irracionalidad. Ese mismo año 2000 ETA había asesinado en Sevilla al doctor Antonio Muñoz Cariñanos, coronel médico del Ejército del Aire y una eminencia en Otorrinolaringología, cuando atendía a dos pacientes en su consulta de la calle Padre Cañete.
En una búsqueda trepidante, los dos pistoleros fueron detenidos en el barrio de la Macarena en el transcurso de unas horas en las que la ciudad contuvo el aliento. Me puedo ver en mi habitación de estudiante sin despegarme de la radio (no había entonces redes sociales; y el acceso a Internet te dejaba sin conexión telefónica en casa), con continuas apelaciones policiales a una colaboración ciudadana que en aquella ocasión dio sus frutos. Este tipo de ayuda es recurrente ahora para combatirel terrorismo de corte yihadista, pero aquel 16 de octubre de 2000 se llegaron a ver a chavales en bicicleta señalando a los policías por dónde habían visto huir a los miembros del ‘comando Andalucía’.
Por aquellos años de estudiante los periódicos dedicaban páginas al célebremente olvidado Plan Ibarretxe, una información relegada a menor espacio tan sólo con el último zarpazo criminal de ETA. Por entonces se abrían espacio con dificultad las voces que pedían la derrota de los terroristas con el único recurso de la ley, lo que finalmente terminaría pasando, advirtiendo que el periodismo tenía que narrar los hechos desde el lado de las víctimas y nunca, jamás, junto al verdugo, que es quien busca causas y mitificaciones para justificar su barbarie.
No es cierto que la búsqueda de la verdad exija equidistancia entre víctimas y verdugos. En ningún caso. Cuando se habla de víctimas del terrorismo, decía Fernando Savater, no nos referimos a todos los que han padecido abusos violentos (que siempre deben ser perseguidos), sino a quienes fueron atacados por la banda criminal y sus imitadores. Sin duda hubo miembros de las fuerzas del orden que cometieron delitos, pero traicionando su mandato social; ETA en cambio fue diseñada como cuña totalitaria contra la democracia.
Ocurrió aquí. Y es importante que se sepa.