Lo recuerdo como si fuera ayer. Hace cuatro años, ahí es nada, un compañero del gremio me dijo: “Lorena, me he emocionado mucho al leer lo que has escrito; no dejes de hacerlo”. Era el relato de una mujer a la que ETA dejó viuda de la noche a la mañana. No fue la primera. Ni desgraciadamente sería la última. Tras más de una década y un centenar largo de entrevistas a diferentes víctimas del terrorismo, de ponerles voz en el papel, una cree que se volverá de piedra. Que no se le encogerá el estómago cada vez que escucha cómo un pistolero destrozó la vida de una familia. Cómo dejó huérfanos a unos niños y herida a una sociedad que tardará en recuperarse. Y aún peor, cómo su crimen no ha recibido y puede que no reciba el castigo judicial que merece. Una piensa que no sentirá tristeza e incluso que no llegará a sorprenderle tanta sinrazón injustificable. Pero no es así. Hace solo unos días leí en el libro 'Memorias del Terrorismo en España' el relato en primera persona de una víctima del 11-M. Se llama Esther. Tras el brutal atentado, del que sobrevivió de milagro, ni siquiera recordaba que tenía hijos. No reconocía a sus padres cuando la fueron a visitar al hospital. Lloró cuando le contaron lo que había ocurrido. Esta es la realidad. Por eso, cuando se habla tanto ahora de la denominada 'batalla' del relato, yo me pregunto: ¿Por qué no nos sentamos un rato a escuchar a Esther? O a Laura, a Miguel... La lista es larga. Demasiado. La que escribe estas líneas se ha sorprendido alguna vez al recibir sin esperarlo un “gracias por escuchar mi historia”. ¿Gracias a mí? No, perdona. Gracias a ti.
Hablo desde mi experiencia profesional. He marcado muchos números de teléfono y he llamado a muchas puertas en estos años. Unas se abrieron. Otras no. Están en su derecho. Durante mucho tiempo las víctimas fueron las grandes olvidadas por todos. Me incluyo. Pero aquellas que te dicen 'por qué no'. Aquellas que te dejan entrar en sus casas, en sus vidas; esas, te cuentan su verdad. Sin adornos. No hacen falta. Y eso, amigos míos (perdón por la licencia), te traspasa. Los ciudadanos tienen, deben, conocer esa verdad. Acceder a ella hace a las personas conscientes de una realidad para muchos desconocida y obviada. Sobre todo, les hace reflexionar y ayuda a lanzar el mensaje de que los violentos nunca conseguirán sus objetivos. El testimonio de las víctimas es vital para hacer frente a la ideología totalitaria que deshumaniza a sus víctimas para justificar su asesinato.
Yo nací, crecí y vivo en el País Vasco. Trabajo para un periódico, El Correo, que sabe lo que es sufrir la sinrazón de ETA. El pasado ocho de junio se cumplieron diez años del atentado de la banda contra la rotativa. Los terroristas hicieron estallar una bomba en la puerta de un pabellón en el que trabajaban cincuenta empleados. Los que estaban allí todavía se siguen asombrando de que no se registrase ni un solo herido. El diario respondió alto y claro con un: “No nos callarán”.
Va pasando el tiempo y una, para bien o para mal, tiene algo de memoria. Recuerdo los recelos y la bronca política que desató la decisión del Gobierno vasco del PSE de llevar el testimonio de las víctimas del terrorismo a los colegios de manera presencial. Fue una apuesta arriesgada. Y se cumplió. Hoy en día, nadie pone en duda el inmenso valor pedagógico que supone que una víctima comparta su experiencia con las nuevas generaciones. Nadie. Ni siquiera los nacionalistas, que veían fantasmas donde resultó que no los había. Escuchar a una víctima tiene más fuerza que cualquier campaña pública.
Cuando ETA dejó de matar en 2010 y declaró la tregua definitiva un año después, hubo gente que hablaba de la necesidad de pasar página. Incluso quienes consideraban que quizás era el momento de dejar de publicar tantos testimonios de víctimas. “Hartazgo”, creo que dijeron. Nuestra respuesta fue la opuesta. Para pasar una página hay que leer el libro. Y en eso estamos. ¿Está cansada la gente de que se hable tanto de ETA? Seguramente algunos lo estarán. Pero es responsabilidad de las instituciones y también, en parte, de los medios de comunicación recordar lo que ha pasado en este país para que la historia no se repita. ¿Sabían que algunas de las entrevistas a víctimas se sitúan entre los reportajes con más pinchazos en la edición online de nuestro periódico? Y todos sabemos cuál es el público objetivo de Internet. El día en el que no se vea a niños aplaudir cual héroes en las calles de Euskadi a personas que estuvieron en prisión por formar parte de una organización terrorista que mató a más de 850 personas... Ese día, habremos dado un paso de gigante. No solo en la deslegitimación del uso de la violencia, sino también en el respeto. En la empatía. Las víctimas, no nos olvidemos, no eligieron serlo. Son personas como tú y como yo, que un día vieron cómo el terrorismo truncaba sus vidas. Confiar en que se conocerá su historia y que alguien se preguntará: ¿Me podía haber tocado a mí? No sé, quizás ahí resida la clave de todo.