Hace más de ocho años, con motivo del aniversario de los atentados del 11 de marzo en Madrid y del Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo, escribí un brevísimo artículo en el ABC que se titulaba Un minuto de silencio. Lo escribí la noche anterior para pedir que, si quiera por un instante, en ese minuto de silencio que se suele hacer por las víctimas del terrorismo en los homenajes, intentásemos hacer un ejercicio de sincera empatía y ponernos en el lugar de nuestras víctimas del terrorismo. Personas con heridas físicas o heridas en el corazón, que fueron lanzadas de golpe a un mundo sin sentido y lleno de sufrimiento. Madres y padres que cada día echaban más de menos a sus hijos asesinados y algún nuevo momento significativo que habían descubierto que podrían haber vivido con ellos. Viudas que se sintieron solas y se fueron dando cuenta de que nadie, ni los más cercanos podrían jamás ponerse en su lugar. Personas cuyas vidas comenzaron, en el mejor de los casos, a hacerse soportables, cuando la ansiedad y horror de sus corazones se fueron apaciguando y cuando la tristeza, ya sosegada, se hizo aceptable como compañera de vida. Admirables personas luchadoras que, a pesar de todo, continuaron trabajando por sobrevivir y recuperar una cierta normalidad en esa vida que no era la suya, pero que tuvieron que aceptar. Un solo minuto de empatía bastaba para humedecer los ojos y el corazón de quienes se atrevían a ponerse en su lugar. Pero solo hay un modo de que esa cercanía con las víctimas no se desvanezca tras ese minuto, un modo de que el latido siga vivo en la cotidianidad: garantizar entre todos que nuestras víctimas tengan la mejor de las recuperaciones posibles en todos los ámbitos de su vida.
Para facilitar la mejor de las recuperaciones posibles tenemos que situarnos en el momento actual, a la luz de lo que hoy sabemos sobre cómo ayudar a las víctimas y potenciar sus recursos. Todos y cada uno de nosotros, desde nuestros diversos ámbitos de trabajo y especialización, podemos aportar la aplicación de los mejores conocimientos disponibles a la consecución de ese noble fin.
Desde la psicología, los avances científicos de los últimos años, algunos de ellos aportados por nuestro equipo de investigación UCM-AVT (Universidad Complutense de Madrid-Asociación Víctimas del Terrorismo), concluyen que, aunque las personas que sufren atentados terroristas tienen una gran capacidad para sobreponerse a los mismos y seguir adelante, hay muchas de ellas que sufren problemas psicológicos de muy diversa índole. Esos avances científicos también indican que quienes más difícil lo tienen para conseguirlo son aquellos que fueron heridos en los atentados o que son familiares directos de fallecidos y heridos en los atentados. Estas personas pueden sufrir daños psicológicos graves incluso diez, 20 o más de 30 años después de los atentados, y que, precisamente por esta permanencia en el tiempo de los daños psicológicos, es absolutamente necesario que haya un seguimiento a medio plazo, pero también a largo y a muy largo plazo, que garantice su recuperación Además, sabemos que este seguimiento debe ser proactivo, es decir, no podemos esperar a que las víctimas vengan a pedir ayuda, pues las investigaciones demuestran que las personas que están más dañadas con frecuencia ni siquiera piden ayuda, y, por lo tanto, hay que llamarlas directamente e interesarse por ellas, por cada una de ellas, aunque siempre respetando su derecho a no ser ayudadas.
Y quizás lo más importante de lo que sabemos, la buena noticia, es que actualmente existen tratamientos psicológicos que consiguen que estas personas se recuperen y que esa recuperación se mantenga en el tiempo. Precisamente, los estudios del equipo de investigación UCM-AVT que, en este tema, debo resaltar, son pioneros en España y en el mundo, son los que mejor han evidenciado esa buena noticia, ya que no solo hemos estudiado los efectos del terrorismo a muy largo plazo (una media de 20 o 30 años después de los atentados), sino que también hemos estudiado si después de tantos años los tratamientos psicológicos pueden ser eficaces y útiles, y si los efectos positivos de los tratamientos se mantienen en el tiempo.
En definitiva, debemos asegurar que se realice este seguimiento proactivo y, sobre todo, que se utilicen los tratamientos que gozan de mayor aval científico y que dichos tratamientos sean aplicados por profesionales que tengan la formación adecuada para su puesta en marcha y se haga en unas condiciones que aseguren sus beneficios.
Quisiera agradecer a la AVT la oportunidad que me ha brindado durante los últimos diez años de dirigir, junto al profesor Jesús Sanz Fernández, catedrático de psicología de la UCM, ese proyecto conjunto con la AVT que no solo pretendía saber cómo están psicológicamente todas y cada una de las víctimas del terrorismo de nuestro país y darles, en el caso de que lo necesitasen y lo deseasen, el mejor de los tratamientos posibles, sino también formar a expertos en la mejor atención psicológica a las víctimas. También quisiera agradecer el apoyo que nuestro equipo ha tenido a lo largo de estos años tanto de la UCM como de los sucesivos ministerios de ciencia a través de sus convocatorias de ayudas para I+D+i. Y, por supuesto, también quiero agradecer y reconocer el trabajo de los más de 25 miembros del equipo UCM-AVT, psicólogos especializados en la atención psicológica a las víctimas del terrorismo, que con una gran vocación, entrega y cariño, llaman por teléfono a cada una de las víctimas y, viajando por toda España, las visitan para entrevistarlas y ofrecerles el mejor de los tratamientos posibles.
Muchas gracias de todo corazón por el trabajo en equipo que habéis facilitado durante estos diez últimos años en que he estado dirigiendo ese programa de atención psicológica, y que ahora continúan mis compañeros, pues desde abril de este año, tengo el honor y el privilegio de servir a España como Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid. Este es un puesto de gran responsabilidad que me ha exigido enfrentarme a nuevas tareas y nuevo retos, y que ha implicado muchos cambios respecto a mi trabajo en la universidad. Pero algo que no ha cambiado en absoluto es mi compromiso con las víctimas y, por lo tanto, desde mi nueva responsabilidad, seguiré trabajando sin descanso por su bienestar.