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Hoy se cumplen los 50 años oficiales de la creación del monstruo, de ese grupo de individuos que año tras año –con los relevos generacionales pertinentes por sus detenciones y el lógico paso de los años- han asesinado sin ningún rubor ni patrón. Siempre bajo el pretexto de la liberación de un "oprimido Euskadi" que sólo existe en su mente enferma. Porque sólo enferma puede estar la mente de quien decide asesinar con un único objetivo: amedrentar a la sociedad, atemorizarla, hacerla vivir angustiada, con miedo y sin libertad.
50 años después estos canallas siguen matando. Desafortunadamente el número de muertos y heridos continúa aumentando –y ayer lo hicieron otra vez (a pesar del gran esfuerzo que los cuerpos de seguridad del Estado están realizando con la inestimable labor de la gendarmería francesa)-. Las víctimas no son sólo los casi 900 asesinados. En un segundo plano, quedaron siempre los más de 18.000 víctimas de los atentados; unos atentados que marcaron una clara línea roja en sus vidas, un cambio drástico en sus vidas, en sus escalas de valores. Lamentablemente, con las víctimas quedan también sus familias. Familias que siguen aumentado la triste y amarga lista de personas que han tenido que vivir en primera persona lo que significa vivir un atentado/asesinato de ETA.
La legitimación de la violencia por parte de las instituciones vascas ha estado a la orden del día, consintiendo manifestaciones proetarras, nombrando a un conocido etarra como responsable de derechos humanos del parlamento vasco y permitiendo que un partido –con todos los disfraces de nuevas siglas inventadas para sobrevivir- formado por gente afín a ETA y que no condenaba la violencia, participara del juego del Estado de Derecho en las instituciones vascas, permitiendo que todos los simpatizantes proetarras y el mundo de ETA ocupase un espacio de la sociedad vasca.
Sigue habiendo sombríos nubarrones en el horizonte en la lucha contra ETA y su legitimación. Es inaudito que se pueda homenajear como héroes a presos etarras condenados –y que cumplen condena- por sus atentados y asesinatos. Y se les anima a seguir asesinando porque ese es el camino que iniciaron y que les ha dado frutos. Es inconcebible que la Audiencia Nacional permita actos como estos que sólo consiguen envalentonar a los violentos, hacerles creer que llevan razón, que están en lo cierto. Se legitima "su derecho a la violencia" al permitirles estos tipos de actos. Es incomprensible en una sociedad democrática como la española, que las víctimas tengamos que batallar bien a través de los medios de comunicación, bien judicialmente, para que quiten los monumentos/homenajes a favor de asesinos, para que las calles del País Vasco dejen de llevar nombres de terroristas; es incomprensible que las víctimas no tengamos aún nuestro lugar en la sociedad vasca.
Sabemos que el nuevo gobierno del País Vasco ha iniciado un cambio de actitud para con nosotras pero sobre todo para con la legitimación de la violencia, que es lo que más daño ha hecho a la sociedad vasca, a la sociedad española en los 50 años de barbarie terrorista. Esa legitimación que permitía concesiones y bonanzas a quienes asesinaban o apoyaban con su connivencia los actos terroristas. Unos mueven el árbol y otros recogen las nueces.
Sabemos que se ha iniciado un proceso de cambio que se está viendo apuntalado, en algunos casos, por decisiones judiciales como la ilegalización de ANV por parte del Tribunal Supremo o la sentencia del Tribunal de Estrasburgo apoyando la ilegalización de Batasuna por parte del gobierno español. Es cierto que son éxitos impensables hace años pero falta aún mucho por hacer (como por ejemplo, la disolución de los ayuntamientos de ANV o evitar fallos como el del juez Pedraz la semana pasada permitiendo manifestaciones proetarras).
Hay que acabar con la violencia de las armas, pero también con la del lenguaje; hay que acabar con todo el entramado proetarra –mediático, político, económico, social y cultural- que sigue alimentando la idea de que es legítimo la violencia y asesinar a quien no piensa como uno.
Sabemos también que la verdadera libertad sólo llegará cuando las víctimas podamos caminar tranquilamente por el País Vasco, especialmente las que procedemos de allí. Cuando no tengamos que mirar más hacia atrás, cuando podamos mirar sólo al frente. Cuando podamos hablar sin pensar en quién tenemos al lado.
Sólo ese día se habrá alcanzado la libertad y el fin de la violencia.